La
chica estaba dolida, aunque no quisiera admitirlo y como no me acuerdo quien dijo que en la guerra y en el amor todo está
permitido, abrió la cámara ( que no era digital) y me entregó el rollo.
_¿Qué
hago yo con esto? _ se me ocurrió preguntarle_ “Idiota”, así me sentí, cuando me miró sin pestañear siquiera.
_ Lo
que quieras.
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Soy Bibi y no es
un nombre de fantasía aunque me gusta sentir que somos todas ellas las que
escribimos. Encerrar a tantas mujeres en solo dos letras que se repiten no es
una tarea fácil pero se que no podría dejar a ninguna afuera y por otro lado,
me gusta como suena, inconstante, casi
como una melodía, casi irreal.
De todos modo, siempre pensé que quien se presenta, se disfraza.
Es inevitable pensar que somos lo que decimos ser, entonces, prefiero que sepan
lo necesario, que voy a escribir hasta que las velas ardan porque quiero
hacerlo, que no puedo prometerles estar
fuera o estar dentro y que no voy a faltar a la verdad. Después de todo, el
amor después del amor merece algo más que una puteada y estoy dispuesta a revelarlo
No siempre fue así
pero ese es otro tema y escribir por encargo me soluciona la vida. Tomar las
letras como un trabajo nos obliga a elegir pero también a ser libres. Mi seudo
jefe tiene un apellido compuesto lo cual
no me impide hacer uso del “ tómalo o déjalo” frase que a la larga aprendí a
sobrellevar sin más balanzas que mis propios tiempos. Adrenalina pura.
Dar el sí tiene la
facilidad de ponernos en contacto con nuestros propios miedos pero al mismo
tiempo nos incita a la búsqueda. Eso hice. No puedo escribir sin buscar un
espejismo y el amor está lleno de ellos. ¿Por dónde arranco? me pregunté aquella tarde cuando el
quiero ganó la pulseada.
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No había mucha
gente, hacía calor y el lugar no era precisamente un oasis pero me resultó
atractiva la propuesta que pintaba en la puerta de la sala una playa desierta.
Caminé hacia el mar, como siempre cuando el verano me provoca.
Ella se acercó
antes de que pudiera verla, antes de que la primera foto cautivara mi atención
y no se cómo hice para caminar con su sombra. Detrás de mi mirada, sin emitir palabras buscaba mi aprobación. Sin
embargo y aunque siempre me molestaron las persecuciones, su presencia completaba
el aire que para esa altura ya se había contaminado del azul verdoso sin aviso.
Ni siquiera me di
cuenta que para Lorena, así se llamaba la expositora, era su primera vez.
Hubiera jurado que sus gestos lánguidos y vacíos habían vivido lo suficiente como para
sentirse, esta vez, la protagonista
absoluta de aquel espacio. Me equivoqué y lo supe en el preciso momento que mi
boca se contorsionó de manera exagerada ante aquel piso de caracoles que
invadía la séptima fotografía. Por un instante sentí mis pies sobre ellos y me
acomodé el zapato que para ese momento, me empezaba a molestar.
Así y no de otra
manera, descalza y con la piel ya inundada de sal, me apropié de mi primera
historia.
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Había
pensado quedarse un mes , nunca sabía cuando decidía viajar si volvería o no a
su casa. No era una nómada pero hacía mucho que para su familia las cosas no
resultaban tan normales. Por eso la dejaban ser o al menos, así parecía.
Uruguay
era su lugar soñado hasta que llegó a “La paloma” y se sintió como un ave capaz
de atravesar el mar. Los días transcurrieron
hasta el último y su pasaje de
vuelta la pasaría a buscar como habían acordado aquella tarde . Nunca supo si
fue el destino o su propio deseo pero su amigo se demoró y aquella noche había
fiesta en la playa.
El
negro tenía rastras y la piel con sabor a chocolate y cuando lo vio, ( nunca
supe qué fantasía provocan los negros en más que algunas mujeres) se enamoró.
La
lluvia hizo el resto. No tuvieron sexo pero corrieron a guarecerse , corrieron
mojados, corrieron inconscientes, olvidados, delatados. El arco iris los
sorprendió al amanecer. Cuando se despidieron minutos después, algo había
cambiado.
Lorena
volvió a su vida, a la ciudad de los corazones rotos, al después.
Pero “
El negro” la llamó y cuando con el corazón galopando encontró un lugar para
alojarlo supo que el deseo por primera vez era marrón, como el río, como el
barro, como el relleno suave de la maceta de su balcón.
En la
ciudad no resultaría y se entregó. Contra viento y marea, si arnés. Era una
mujer y las mujeres se entregan.
El
negro extrañaba el mar y ella extrañaba al negro. Se fueron juntos a vivir de
la caza y de la pesca. Literalmente alquilaron una casa vidriada junto al mar y
mientras él se embarcaba cada quince días en un barco pesquero, ella juntaba
caracoles.
Me dijo
que le estallaba el corazón cuando el buque pesquero se acercaba la costa. Me
dijo que cuando estaba sola, se
levantaba tarde y caminaba por la playa desierta buscando aquellos tesoros del
mar que los turistas no pueden encontrar. Que la asustaban las tormentas, que
el negro tomaba y a veces no se acordaba de nada. Me dijo que al amor lo habían
inventado las sirenas. También, que no soporta los lugares cerrados y que esta
exposición de fotos era su último viaje.
El
negro tenía rastras y la piel con sabor a chocolate pero ella tuvo que decirle adiós.Nunca más pudo
viajar, ni siquiera tomar un colectivo. Tampoco volver a amar como aman las
mujeres valientes.
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Me paré frente a
la ultima fotografía y pude ver a la mujer que miraba el horizonte. Tenía los
cabellos rubios como Lorena, la mirada perdida en el horizonte y una sonrisa
que jamás voy a olvidar.
Fue en ese
instante cuando descubrí que “El amor después del amor” podía ser revelado sin
cuarto oscuro.