Había
demasiadas historias fuera y dentro de su piel. Por eso ese día se preguntó
para qué buscarlas, si estaban tan cerca que todavía podía olerlas. Habló con
el escritor y presentó su renuncia, como venia renunciando a cualquier cosa que
le causara una leve molestia. El rostro de aquel hombre le causaba repugnancia, aunque alguna vez lo
había palpado con una curiosidad casi ingenua, casi perversa. Ahora, ni siquiera una mueca hubiera podido cambiar
el rictus de su boca y sin un “adiós” o un “hasta luego” lo dejo como lo había
encontrado.
“El
amor después del amor” la había convertido por fin en la única protagonista de
esas historias, que sin buscarlas,
llegaban para derrotar lo efímero.
Se
sintió libre por primera vez. Y lo contó…
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