El llamado del hombre de los dos apellidos
interrumpió mi ritual cotidiano. Solo café y silencio hasta estar segura de
haber despertado de nuevo. Necesitaba la primera historia para ayer. Discutimos
y lo imaginé como el día que lo conocí, solo que ahora había dejado de
admirarlo y me resultaba fácil y hasta divertido jugar con sus tiempos.
_ Cuando esté lista te aviso _ le dije sin dejar de
sorprenderme por el tono entre sensual y autoritario que lo dejaba fuera de
toda sus especulaciones.
_ok ( hombre de pocas palabras) y me cortó.
Me vestí con los ojos arenosos de Lorena en la
cabeza y lo llamé a Juan ( mi amigo el fotógrafo), mientras el rollo de fotos me quemaba los dedos al sumergirlo en mi bolso.
Precisaba ver para sentir, tocar para escribir y sin estar segura de lo que me
revelarían aquellas imágenes, deseaba que el negro estuviera presente en al
menos una de ellas.
Me equivoqué. No existían figuras humanas, solo la
playa desierta y miles de caracoles que guardaban secretamente los sonidos de
sus voces. Iba a llamarla, (tenía su celular) iba a rogarle que me mostrara
alguna fotografía del “ negro, que me permitiera enfrentarme cara a cara con la
elipsis vengativa que no paraba de armarse y desarmarse como en uno de esos rompecabezas
de diez mil piezas que siempre odié ( la paciencia no es precisamente mi
virtud), pero no hizo falta, porque en aquel rollo de veinticuatro, la foto
número veinticinco, esa que se dispara por las dudas, trajo hasta la playa la
respuesta que estaba buscando.
No pude evitar encender un cigarrillo, el que
antecede al movimiento de los dedos, el que se consume solo con el sonido
emocionado de las teclas. Maldito ritual, ¿ podré escribir sin tenerlo cerca? creo
que no me animo a dejarlo por miedo a que se lleve entre sus espirales de humo las palabras.
Los caballitos me hechizaron desde niña, pero siempre
me resistí a comprar uno de esos disecados que venden en los negocios cercanos
al mar, aunque cada invierno me volvía a arrepentir. Sabía que si lo traía
conmigo la magia se rompería en mil pedazos y ya nunca más volvería a sentir
ese galope ondulado entre mis manos.
Seguramente ella dibujó la estrella cuando lo vio,
hasta la imagino acercando sus labios a
él, intentando el último grito de oxigeno, ese que hoy le sigue quitando
el aire. Pude ver su última lágrima salada, la decepción de sus ojos instalada en el bolso a medio
preparar, esperando una palabra que nunca llegó “quédate”.
Lorena no sabía que los caballitos de mar necesitan
vivir en agua quietas, que hacen lo que pueden con sus cuerpos, que suelen
camuflarse y que a pesar de su belleza mitológica su fidelidad en el amor es
solo una hermosa leyenda.
Esa noche, decidí terminar esta historia de amor, para
algunos fallida, para otros una historia más pero para Lorena la única.
Soñé que atrapada por uno de ellos en las aguas del Egeo,
mientras la diosa Orixá cantaba una canción
de amor que jamás olvidaré. Por suerte desperté antes de que el carro de ostras
que me transportara llegará a destino.
Estaba lista para mi primera entrega cinco días
después de que el hombre de dos apellidos volviera a llamarme por teléfono y de
que la protagonista de mi primera foto se diera cuenta que se había enamorado de un
paisaje.
Que linda historia, según dicen los caballitos si son muy fueles, es mas, a veces no vuelven a tener pareja y el macho es el que da a luz...bueno, nada que ver mi comentario, pero...Habra terminado de verdad la historia de amor o solo fue un gran comienzo o en realidad ese fue el mejor epílogo, enamorarse de un paisaje y no del negro.
ResponderEliminarGracias Ricardo por compartirla !!! A tu pregunta la dejamos abierta porque solo Lorena y el negro y el paisaje tienen la respuesta!!!
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