lunes, 29 de octubre de 2012

Caballito de mar




El llamado del hombre de los dos apellidos interrumpió mi ritual cotidiano. Solo café y silencio hasta estar segura de haber despertado de nuevo. Necesitaba la primera historia para ayer. Discutimos y lo imaginé como el día que lo conocí, solo que ahora había dejado de admirarlo y me resultaba fácil y hasta divertido jugar con sus tiempos.
_ Cuando esté lista te aviso _ le dije sin dejar de sorprenderme por el tono entre sensual y autoritario que lo dejaba fuera de toda sus especulaciones.
_ok ( hombre de pocas palabras) y me cortó.
Me vestí con los ojos arenosos de Lorena en la cabeza y lo llamé a Juan ( mi amigo el fotógrafo),  mientras el rollo de fotos me quemaba  los dedos al sumergirlo en mi bolso. Precisaba ver para sentir, tocar para escribir y sin estar segura de lo que me revelarían aquellas imágenes, deseaba que el negro estuviera presente en al menos una de ellas.
Me equivoqué. No existían figuras humanas, solo la playa desierta y miles de caracoles que guardaban secretamente los sonidos de sus voces. Iba a llamarla, (tenía su celular) iba a rogarle que me mostrara alguna fotografía del “ negro, que me permitiera enfrentarme cara a cara con la elipsis vengativa que no paraba de armarse y desarmarse como en uno de esos rompecabezas de diez mil piezas que siempre odié ( la paciencia no es precisamente mi virtud), pero no hizo falta, porque en aquel rollo de veinticuatro, la foto número veinticinco, esa que se dispara por las dudas, trajo hasta la playa la respuesta que estaba buscando.
No pude evitar encender un cigarrillo, el que antecede al movimiento de los dedos, el que se consume solo con el sonido emocionado de las teclas. Maldito ritual, ¿ podré escribir sin tenerlo cerca? creo que no me animo a dejarlo por miedo a que se lleve entre sus espirales  de humo las palabras.
Los caballitos me hechizaron desde niña, pero siempre me resistí a comprar uno de esos disecados que venden en los negocios cercanos al mar, aunque cada invierno me volvía a arrepentir. Sabía que si lo traía conmigo la magia se rompería en mil pedazos y ya nunca más volvería a sentir ese galope ondulado entre mis manos.
Seguramente ella dibujó la estrella cuando lo vio, hasta la imagino acercando sus labios a  él, intentando el último grito de oxigeno, ese que hoy le sigue quitando el aire. Pude ver su última lágrima salada, la decepción  de sus ojos instalada en el bolso a medio preparar, esperando una palabra que nunca llegó “quédate”.
Lorena no sabía que los caballitos de mar necesitan vivir en agua quietas, que hacen lo que pueden con sus cuerpos, que suelen camuflarse y que a pesar de su belleza mitológica su fidelidad en el amor es solo una hermosa leyenda.
Esa noche, decidí terminar esta historia de amor, para algunos fallida, para otros una historia más pero para Lorena la única.
Soñé que atrapada por uno de ellos en las aguas del Egeo, mientras la diosa Orixá  cantaba una canción de amor que jamás olvidaré. Por suerte desperté antes de que el carro de ostras que me transportara llegará a destino.
Estaba lista para mi primera entrega cinco días después de que el hombre de dos apellidos volviera a llamarme por teléfono y de que la protagonista de mi primera foto  se diera cuenta que se había enamorado de un paisaje.

2 comentarios:

  1. Que linda historia, según dicen los caballitos si son muy fueles, es mas, a veces no vuelven a tener pareja y el macho es el que da a luz...bueno, nada que ver mi comentario, pero...Habra terminado de verdad la historia de amor o solo fue un gran comienzo o en realidad ese fue el mejor epílogo, enamorarse de un paisaje y no del negro.

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  2. Gracias Ricardo por compartirla !!! A tu pregunta la dejamos abierta porque solo Lorena y el negro y el paisaje tienen la respuesta!!!

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